El impacto psicológico de la Dana: cómo recuperar la salud mental clínica y comunitariamente
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Entre el 20 y 25% de la población de la zona cero destruida sufrirá diferentes formas de estrés postraumático. Un abordaje comunitario minimiza el impacto, al cubrir proactivamente las necesidades de cada persona afectada por la gota fría.
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Pau Pérez-Sales es psiquiatra y experto en salud psicosocial y comunitaria en catástrofes, miembro del Grupo de Acción Comunitaria (GAC) y director de la formación Salud mental en situaciones de violencia política o catástrofes. Formó parte de Médicos Sin Fronteras España. Pérez explica a El Salto cuál es el impacto psicológico de una catástrofe como la dana que ha destrozado municios de València y cómo abordar una situación de estas características.
Insiste en que hay dos enfoques, que son complementarios: el enfoque clínico y el enfoque comunitario. Y advierte que para minimizar el impacto en la salud mental de la población se debe tomar una acción proactiva que incluya a ambos abordajes. Esto no puede hacerse “contratando a diez psiquiatras” y esperando a que la gente que esté mal pida ayuda, sino creando equipos comunitarios que puedan ir visitando a las familias para ver sus necesidades y detectar casos con dificultades para salir adelnte, y activando los sistemas de detección temprano a través de la formación a médicas y enfermeros de familia, trabajadores sociales y maestros,. El razonamiento que justifica este abordaje es sencillo: “El enfoque clínico es cortoplacista y suele fracasar, porque la gente que está peor, no suele pedir ayuda, sino que queda aislada y encerrada en su dolor. Paradójicamente el hecho de pedir ayuda ya es una muestra de salud mental”.
Estadios del impacto emocional
- Después de una catástrofe, se producen varios estadios en la evolución del impacto emocional. Se empieza por una fase de shock, de gran angustia y de gran incredulidad, “como si todo fuera una pesadilla”, resume el psiquiatra. La mayoría de la población lo vive así: “En shock, pero capaz de seguir órdenes y funcionar; una pequeña parte no está en shock, sigue bien orientando y hace cosas oportunas, y una tercera y pequeña parte, se bloquea completamente”, resume.
- A medida que el shock cede, suele ser el momento de ir tomando conciencia de la magnitud de la realidad y aparece la fase del duelo por todo lo perdido: vidas, proyectos, propiedades materiales (casa, coche, recuerdos, enseres que de pronto se convierten en escombros). Es un proceso de asumir lo que has perdido en la catástrofe. En el proceso del duelo se hace balance de lo perdido y se dibuja cómo te replanteas la vida.
- Hay un grupo de gente que padecerá estrés postraumático. El estrés tiene dos etapas: en las primeras semanas, es normal tener pesadillas, rememorar de forma recurrente imágenes dolorosas, sentirse saturado, evitar el tema y mostrarse irritable. “Al 90% de la población le va a ocurrir esto durante las primeras semanas”, advierte Pérez-Sales. Con el tiempo la persona va reasumiendo la vida, los síntomas van disminuyendo y las personas encuentran, con el apoyo de los demás, manera de ir sobreviviendo al dolor de la perdida y a los síntomas postraumáticos. A medida que van pudiendo procesar la experiencia y vayan controlando las emociones, pasados entre tres y seis meses, calcula, “veremos a las personas que se han quedado tocadas”. Serán las que padecerán el trastorno de estrés postraumático, que en zonas con afectación podrán ser entre el 5 y el 10% de la población, pero previsiblemente afectará a entre el 20 y 25% de la población de la zona cero, donde hubo el núcleo de máxima destrucción y las pérdidas y escenas más duras, alerta el psiquiatra.
Sobre todo, afectará a tres grupos: las personas que han visto cadáveres, las que sienten una culpa intensa por haber sobrevivido o por no haber podido ayudar más y las que previamente se encontraban en tratamiento o habían experimentado situaciones similares previamente, como las inundaciones de 1957. En estos tres grupos, la probabilidad de sufrir estrés postraumático se eleva al 70 u 80%.
“Es importante —remarca— que sentirse culpable es una percepción subjetiva. Muchas veces, mirando atrás, las personas se juzgan con mucha dureza pensando que podían haber hecho cosas que en realidad era imposible hacer”.
Los que viven lejos, pero tienen el corazón en València
“La sensación de desasosiego es una reacción de empatía de una persona sana”, señala Pau Pérez sobre las personas que viven lejos de València, pero tienen el corazón encogido con este desastre. “Permitirnos emociones negativas es un signo de salud, una incomodidad propia ante estas situaciones”, agrega, y advierte que “algo está pasando en las personas que ponen distancia emocional” ante una noticia que “remueve y te enfrenta a preguntas existenciales: la muerte, la pérdida y cómo vivir después de perder tanto”.
Los desaparecidos
Tras casi una semana de las inundaciones, es muy difícil que los desaparecidos sean hallados con vida. Los seres queridos sienten angustia por la posible pérdida, pero no tienen certeza ni de vida ni de muerte. Si no recuperan el cuerpo, la dificultad de encarar el duelo aumenta.
La ausencia de información
La falta de información no solo atañe al número de muertos y desaparecidos, de los que la Generalitat ni siquiera ha informado, sino a un sistema de alertas tempranas que “no funcionó”. El psiquiatra es claro al respecto: “Hay preconceptos erróneos basados en que, si se da una información demasiado realista, la gente acaparará o vivirá situaciones de pánico. Esto no es real, ya que la mayoría de las personas responde de forma muy sensata y organizada cuando se les explica cómo organizarse con información adecuada”. El psiquiatra subraya que en el País Valencià “hubo una falta de información clara que impidió a la gente organizarse y, por ejemplo, les pilló en un garaje sin posibilidad alguna de escapar, literalmente, algo que jamas debió ocurrir. En las catástrofes gran parte de las pérdidas son por decisiones humanas y aquí primó el mito de que es mejor no dar información y tranquilizar a tratar a la gente como personas adultas y darles la opción de saber y decidir”.
La falta de información continúa y, tal y como describe el psiquiatra en la literatura para las formaciones, en el desarrollo de cualquier catástrofe se corre el peligro de aceptar otro preconcepto erróneo: el de que los voluntarios estorban y pueden resultar dañados ellos mismos por gas, cables al aire, etc. Esto es lo que hizo la Generalitat este fin de semana, al prohibir su entrada. Lo que ocurre, en realidad, es que tras el impacto “aparecen rápidamente conductas de solidaridad y altruismo entre los supervivientes, que determinará si la postura mayoritaria será de dependencia, de autoorganización o de exigencia y queja”.
El déficit de información puede afectar también a la salud comunitaria en otra variable importante: la económica. Para gestionar los seguros y las indemnizaciones se requeriría un sistema ágil al que pueda acceder toda la población, incluida la analfabeta digital. Ayudar a gestionar la burocracia minimizará el estrés de la población. “Para ello también se necesitarán equipos comunitarios que barran los barrios y las familias para que vean qué tipo de ayuda necesita cada una”, indica.
Sin embargo, institucionalmente no se ha sabido organizar ni los puntos de encuentro, ni las cadenas de desescombro ni integrarar todas las unidades de bomberos, policías, soldados y voluntarios. “Si estás peleando de quién son las competencias, te juegas la vida de la gente y en València ha habido un juego de personalismos políticos que han incapacitado optimizar los recursos disponibles”, remarca el psiquiatra. “Posiblemente, València tenga la capacidad de responder a los grandes temas logísticos y, sin embargo, a día de hoy los coches siguen amontonados”, señala con preocupación.
Abordaje clínico desde la psicología
La psicóloga Marta Rebollar, miembro del grupo Psicoemergencias y del grupo de emergencias del Colegio de Psicólogos del País Valencià, explica que el primer paso de su intervención clínica es “acompañar y validar”. “Tenemos que preguntar a la personas qué necesita: puede ser agua, una medicina, lo que sea. Luego, validamos y normalizamos cualquier emoción que sienta, desde la rabia al shock”, continúa. Así consigue que, “cuanto más habla y más integra la situación, el trauma será menor. El acompañamiento es primordial”, subraya.
La psicóloga reconoce que, “quienes tienen mejores redes de apoyo, podrán transitar mejor el trauma” y que, cuando hay shock, intenta que el paciente salga de él para que pueda “integrar poco a poco esa disociación que crea el cerebro, apagándose en medio de la intensidad emocional que no es capaz de integrar la vivencia”. Porque si no la integra, “puede haber un trauma después y la integración será más larga, quizá una lluvia suave puede convertirse en un disparador de las emociones que sintió la gente de los municipios afectados el pasado martes”.